martes, 26 de junio de 2012

¿Es verdad que el Martin Fierro le gano a Alberdi?




Mediante un profundo análisis de la realidad el autor nos permite observar como una de las grandes discuciones de nuestro pensamiento nacional está más presente que nunca en nuestro días. Civilización o Barbarie, ese es el debate en el que nos adentramos y que el autor logra resolver con un eximio nivel académico.


Como consecuencia de las infortunadas y confusas circunstancias en las que se ha producido el deceso del adolescente Matías Bragagnolo, hemos podido apreciar cómo, desde el dolor más profundo y respetable, su padre, un profesional versado y de buena posición económica, expresó en diversas entrevistas que en nuestro país la anomia y la falta de gerenciamiento de la cosa pública han prevalecido por sobre el orden y el respeto a la ley. Graficó esta idea expresando que el Martín Fierro, Facundo y Rosas, le "han ganado" a Alberdi y Sarmiento.
En el marco del creciente estado de debate y reflexión sobre el significado y los alcances del bicentenario de la gesta de Mayo de 1810, nos preguntamos si la afirmación del Sr. Bragagnolo es útil para indagar las causas socio-genéticas del estado permanente de emergencia y excepcionalidad que ha caracterizado a nuestro sistema político e institucional, o si más bien es un emergente más de la afección discursiva de ciertos sectores por la utilización de dicotomías excluyentes, también propias –a la par de la apelación indefinida a la excepcionalidad- del discurso político argentino.
Porque el meta-mensaje que podemos inteligir de las reflexiones del Sr. Bragagnolo conducen al planteo de una cuestión latente desde los albores de la construcción de nuestra identidad nacional. Nos referimos al antiguo clivaje entre civilización y barbarie.
Atinadamente se ha dicho que el concepto de civilización, en su versión francesa e inglesa, resume todo aquello que la sociedad occidental de los últimos tres siglos ha creído llevar de ventaja a las sociedades anteriores o a las contemporáneas "más primitivas", y que su apelación responde a una necesidad primaria de dicha sociedad de caracterizar aquello que expresa su peculiaridad y de lo que se siente orgullosa: el grado alcanzado por su técnica, sus modales, el desarrollo de sus conocimientos científicos, y su concepción del mundo.1
Este concepto guarda íntimo parentesco con imagen de la nación-contrato que surge con la Revolución Francesa de 1789; momento en el cual las directrices del modelo de construcción de los Estados-Nacionales quedan fundadas a partir de la idea de soberanía popular, cuya génesis se vislumbra con la aparición del liberalismo político. Será entonces cuando el término "nación", que tradicionalmente era entendido como un grupo de hombres que compartían un mismo origen, mayor que una familia pero menor que un clan o un pueblo, comenzará a ser redefinido, y pasará a ser equiparado al concepto de soberanía popular.
Esta redefinición empieza a insinuarse a partir de John Locke, en 1690, cuando plantea el derecho al gobierno por consenso, en donde aparece la máxima de que todo ejercicio de soberanía, para ser legítimo, debe contar con el consentimiento de sus súbditos y debe ser funcional al respeto de los derechos naturales de los hombres (la igualdad, la libertad, y, fundamentalmente, la propiedad), y que en caso de que no se respetasen alguno de estos derechos existía la posibilidad que el pueblo se rebelase contra el poder instituido.
Con Jean-Jacques Rousseau, en 1762, aparece plenamente teorizado el principio de soberanía popular, que sustituyó la noción de que el Estado constituía un dominio personal del rey y de la aristocracia por la idea de que el Estado pertenece al pueblo, definido como un conjunto de ciudadanos y no de súbditos. La soberanía popular se convirtió después en el principio inspirador de la Revolución Francesa. Hito histórico que significó que si los ciudadanos de un Estado ya no aprobaban las instituciones políticas de su sociedad, tenían el derecho y el poder de reemplazarlas por otras más satisfactorias. Como afirmaba la Declaración de los Derechos del Hombre: "el principio de soberanía reside en la nación, ninguna corporación, ni individuo puede ejercer autoridad que no emane de ella expresamente".
La matriz de este paradigma iusnaturalista que hegemoniza las concepciones políticas en los siglos XVII y XVIII, importa una racionalización del origen del Estado, en palabras de Jorge E. Dotti, en dos momentos: "El primero, o 'pacto de asociación', presupone la decisión individual y colectiva de aceptar unánimemente un sistema de reglas básicas de convivencia (quien no comparte estos criterios primarios se autoexcluye de la sociedad en gestación). El segundo, o 'pacto de sumisión' a un poder público, es el acuerdo para instaurar una autoridad que especifique, con un ordenamiento normativo, aquellas pautas, y que les garantice eficacia mediante el uso monopólico de la coacción. El hilo conductor de esta socialización/politización voluntaria es que los individuos aceptan devenir 'ciudadanos-súbditos' al pactar la renuncia a una parte de sus derechos naturales (...) y la cesión de la misma (...) a un tercero, el cual asume la responsabilidad de desempeñarse como soberano".2
Resulta claro que este proceso de creación del Estado moderno debe ser acompañado necesariamente por el componente nacional. La naturaleza de esta operación constructiva de un Estado Nacional, o en otras palabras de fusión de un Estado y una Nación, reside en la creación de un ámbito dirigido a la consecución de determinados fines, que pasarán a llamarse en ese contexto "nacionales".
Debe darse, entonces, un proceso de "reducción a la unidad", en términos de Natalio Botana: "De un modo u otro, por la vía de la coacción o por medio del acuerdo, un determinado sector de poder, de los múltiples que actúan en un hipotético espacio territorial, adquiere control imperativo sobre el resto y lo reduce a ser parte de una unidad más amplia. Este sector es, por definición, supremo; no reconoce, en términos formales, una instancia superior; constituye el centro respecto al cual se subordina el resto de los sectores y recibe el nombre de poder político".3
Esta unidad política a la que alude Botana, dentro del paradigma moderno, es el Estado-Nación. Pues el proceso de génesis estatal-nacional requiere de una nueva forma de legitimación del poder y de la construcción de nuevas identidades. Esto ha sido puesto de manifiesto por Jürgen Habermas, 4 al señalar que tras la ruptura del Antiguo Régimen, y con la disolución de los órdenes tradicionales de las primeras sociedades burguesas, los individuos se emancipan en el marco de libertades ciudadanas abstractas. La masa de los individuos así liberados se torna móvil, no sólo políticamente como ciudadanos, sino económicamente como fuerza de trabajo, militarmente como obligados al servicio militar, y culturalmente sujetos a una educación escolar obligatoria.5
A la nación-contrato se le opuso la concepción alemana de la nación, que tiene sus raíces en el Romanticismo que se desarrolló en la Prusia Oriental de mitades del siglo XVIII, en oposición al Iluminismo y al pensamiento racionalista y enciclopédico, que precedió y continúo la Revolución Francesa (originado en el movimiento de la Sturm und Drang), y que aglutinó a figuras como Herder y Fichte.6
El distingo entre ambas visiones de nación es sumamente relevante, porque mientras que la primera va emparentada con la noción de civilización, la segunda va de la mano del concepto de cultura, entendido ésta como respeto y preservación del corpus antropológico de un pueblo.
En su Facundo, Sarmiento utiliza la noción de "civilización" vinculada a la "nación-contrato" gestada en Francia e Inglaterra, poniendo el énfasis en los elementos que, según él, deberían caracterizar a la nacionalidad argentina. Al respecto, es interesante recordar la descripción que realiza de los patrones de conducta del gaucho, quien parece encontrarse en el estado de naturaleza pensado por Rousseau.7
"Es preciso conocer al gaucho argentino y sus propensiones innatas, sus hábitos inveterados. Si andando en la pampa le vais proponiendo darle una estancia con ganados que lo hagan rico propietario; si corre en busca de la médica de los alrededores para que salve a su madre, a su esposa querida que deja agonizando, y se atraviesa un avestruz por su paso, echará a correr detrás de él, olvidando la fortuna que le ofrecéis, la esposa o la madre moribunda; y no es él solo el que está dominado de ese instinto; el caballo mismo relincha, sacude la cabeza y tasca el freno por volar detrás del avestruz”.8
El análisis de Sarmiento aparece estructurado en dimensiones que oscilan entre la nación real-ideal y la bárbara- civilizada, respectivamente, y en donde -al igual que Alberdi en Bases- el interés nacional va asociado al desarrollo de la civilización europea (no española) en el territorio nacional.
Probablemente la caracterización más perenne de la "barbarie" que realiza el sanjuanino esté contenida en la siguiente frase:
"De eso se trata, de ser o no ser salvaje. ¿Rosas, según ésto, no es un hecho aislado, una aberración, una monstruosidad?. Es, por el contrario, una manifestación social; es una fórmula de una manera de ser de un pueblo".9
Con reminiscencias del Hamlet de Shakespire, el esfuerzo intelectual de Sarmiento va dirigido a cristalizar el pasaje desde el valor cultura, ligado a las costumbres y tradiciones populares, al de civilización europea. Es aquí donde advertimos una de las grandes raíces ideológicas del proceso de “reducción a la unidad” argentino.
Ahora bien, trascendiendo las dos concepciones clásicas de la nación antes reseñadas (nación contractual y nación cultural) es oportuno recordar con Hobsbawm que esta "comunidad imaginada" que es la nación está nuclearmente formada por lazos y sentimientos de identidad colectiva pre-existentes a su misma conformación como Estado Nacional. Si bien la identificación de estos lazos "protonacionales" es compleja, el Sr. Bragagnolo, al recordar el clivaje entre civilización y barbarie, ha traído a colación una dicotomía latente desde los albores de la construcción de nuestra identidad nacional.
Esta disyuntiva es parte de aquello que nos caracteriza como nación, ya que personajes históricos como Rosas, Sarmiento o Alberdi, han sido exponentes de manifestaciones socio-políticas y literarias (como la poesía gauchesca encarnada en el Martín Fierro, o el Facundo de Sarmiento) que expresaron lenguajes y valores que nos han identificado como nación a lo largo de nuestra historia, y su apelación debe ser cuidadosamente contextualizada.
¿Por qué ante cada conflicto seguir planteando dicotomías en términos de suma cero, en donde necesariamente el uno anule al otro?; ¿No es evidente acaso que este tipo de lógica aplicada al proceso político ha llevado, durante buena parte del siglo pasado, a situaciones de "juego imposible" que han conspirado gravemente contra el funcionamiento y la consolidación del sistema democrático?.
Ya decía Renán en su célebre ¿Qué es una nación? que el culto y el respeto a los antepasados es el más célebre de todos, puesto que nos han hecho lo que somos.
En épocas en donde se pregona la mano dura contra la delincuencia (quizás visualizando erróneamente la figura del delincuente) conviene recordar lo dicho por Borges en su análisis de aquél alegato contra exclusión y la injusticia social que es el Martín Fierro:


"Rigores y arbitrariedades, picardías de los pagadores y de los jefes...pagos tardíos, castigos corporales, los azotes y el cepo...agotan la materia de estos cantos".10



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1- Elias, Norbert: "El proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas". Ed. FCE, Bs. As., 1993, págs. 57 y súbs.

2- DOTTI, Jorge: Pensamiento político moderno, pág. 60. En Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía: Del Renacimiento a la Ilustración, Ed. Trotta; Madrid, 1994.
3- BOTANA, Natalio R.: El orden conservador, Ed. Sudamericana, Bs. As., 1985, pág. 26. (El subrayado es del autor).
4- HABERMAS, Jürgen: Identidades nacionales y posnacionales, Ed. Tecnos, Madrid, 1989.
5- Quizá el caso más representativo de este proceso sea el francés. Eugen WEBER, en su clásico estudio Peasants into Frenchmen: the modernization of rural France, 1870-1914 (Stanford, 1976), señala que entre 1870 y 1914, se encuentra el período álgido del nacionalismo “etno-lingüístico”, en donde los líderes franceses se propusieron “crear Francia y franceses” por toda el área del Estado francés, a través de medidas institucionales y culturales. El servicio militar universal, un sistema de educación pública, la inculcación del espíritu de gloria y revancha contra Prusia, la conquista y la asimilación colonialista, fueron algunos de los factores que transformaron a los “campesinos en franceses”. (pág. 114 y ss.)
6- Este tema lo hemos estudiado en profundidad en una tesis presentada en el año 2000 en IDAES-UNSM titulada “Johann Gottlieb en la génesis del nacionalismo moderno”, y actualmente en prensa.
7- Véase en especial: Rosseau, Jean-Jacques: “Sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres”. Alianza Editorial, Madrid, pág. 209 y súbs.
8- Sarmiento, Domingo, F.: “Facundo”. Ed. Losada, 1994, pág. 254.
9- Sarmiento, Domingo F. Op. Cit., pág. 49.
10- Borges, Jorge L.: "El 'Martín Fierro' ". Ed. Columba, 1953, pág. 30.



Fuente: www.diariojudicial.com

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